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 Era como el primer rayo de sol en el día. El olor a lluvia en una tormenta de verano, ese olor puro que se te mete en lo más profundo de tu ser cuando respiras con fuerza. La primera estrella que divisas en el cielo al caer la noche en un cielo despejado. El perfume de las hojas del libro nuevo que acabas de comprar, y la emoción de que, aunque no has leído una palabra, sabes que te va a encantar. Era su forma de intercambiar mis lágrimas atoradas en la garganta por sonrisas cuando me abrazaba. Su forma de mirarme y amarme imperfecta. Y era él y los defectos que formaban su sonrisa, lo que yo amaba por entero.

MIL MIRADAS

   Íbamos de la mano, y yo intentaba que no notaras lo nervioso que estaba; no recordaba un momento en el que hubiera estado más nervioso que aquel. Trataba de no temblar, de que no me sudaran las manos, pero llegaba a un momento en que me resultaba muy difícil controlar el temblor, así que, sin soltarte, metí mis manos en los bolsillos de la chaqueta, para poder disimular algo que estaba seguro de que tú ya sabías, me conocías demasiado bien como para no saberlo. Y cuando llegamos al banco, mi mente viajó al pasado, a la primera vez que te vi.

  Era una tarde de otoño cuando te sentaste a mi lado, con tu vestido de colores y largo hasta los pies; llevabas el pelo suelto, con tus rizos revoloteando en el aire, y tu sonrisa, era la más bonita que había visto en toda mi existencia, pero no era eso lo que me atrapó no, fueron tus ojos, del más azul de los azules, fue tu mirada penetrante, esa que incluso aunque quisiera, no podría olvidar, ni tenía modo de huir.

  Recordaba el momento con total exactitud, tal vez no el día del calendario, pero sí que era una tarde de… Octubre, creo, la más calurosa del mes, y cuando divisaba el mar en el horizonte, te sentaste a mi lado en aquel banco de madera.

  Me dedicaste una pequeña sonrisa, y no pude evitar fijarme, en que la suave brisa marina insistía en despeinarte, pero tus rizos ya estaban lo suficiente alborotados como para poder despeinarlos.

-Pagaría por tener esta temperatura todo el año –dijiste con tu voz melosa tras un profundo suspiro.

-Es la mejor de todas –asentí, de acuerdo contigo.

  Giraste la cabeza y me miraste con ternura, y yo me perdí en el azul de tus ojos, más de lo que nunca lo había hecho mirando el mar, y recordé que coincidía contigo en poder tener esa temperatura otoñal durante todo el año, pero que por lo que de verdad pagaría, sería por ver el mar de tus ojos durante toda mi vida.

  Volviste a mirar el mar, y cerraste los ojos, sintiendo como la brisa te apartaba el pelo de la cara, y no pude evitar la gran sonrisa que se dibujó en mis labios al comprobar, aunque no lo hubieras dicho, que amabas el mar tanto como yo.

-Me llamo Claudia –dijiste no sé cuánto tiempo después sin abrir los ojos.

-Encantado Claudia, yo Lucas –contesté sin borrar la sonrisa.

-Bonito nombre –dijiste sin poder ocultar la sonrisa cuando me miraste a los ojos.

  Te devolví la mirada con cierta timidez, sintiendo como el color afloraba en mis mejillas.

-¿Eres de aquí? –preguntaste, volviendo a mirar al mar.

-Me mudé el mes pasado.

-Yo hace un par de días –contestaste riendo con suavidad.

  Sentí vibrar cada parte de mi cuando te escuché reír por primera vez, y no lo supe en ese momento, pero solo con oír tu risa pensaba que estaba en el cielo, escucharte reír, era como un eterno regalo que había ido a parar a mi lado, mientras estaba sentado frente al mar.

-¿Por qué me has traído aquí? –preguntaste con curiosidad, devolviéndome al presente.

-Pensé que era uno de tus sitios favoritos de la ciudad.

-Y lo es, pero con el trabajo y lo lejos que nos pilla de casa, hacía mucho que no veníamos –respondiste perdiéndote en el horizonte.

-¿Sabes qué día es hoy? –pregunté viendo tu rostro de perfil, pensando que no había nada mejor en el mundo que mirarte, mientras tú veías el mar.

-Eh… ¿15? –preguntaste confusa, volviendo a mirar hacia a mí.

-Llevo días pensándolo, intentando recordar el día exacto, sabía que era en este mes de octubre, pero el día… era algo que se escapaba de mi memoria. Hasta que por fin me di cuenta, de que fue el 15 de octubre de hace tres años, en ese banco de ahí, que te vi por primera vez.

  Me regalaste tu perfecta y gran sonrisa, esa que solo tenías guardada para los momentos especiales, y que no todo el mundo tenía el privilegio de poder verla; y me miraste de aquella manera que hacía que perdiera toda consciencia, diciéndome lo mucho que me querías sin que te hiciera falta mover los labios, por que el mar de tus ojos lo decía por ellos.

-Recuerdo que fue ese día por que por la mañana había discutido con mi familia, no entendían que me hubiese mudado, y al poco de llegar aquí descubrí este sitio, y me enamoré al instante, y venía siempre que quería relajarme y evadirme del mundo. Yo estaba molesto, y entonces llegaste tú, con tus rizos alborotados, tu voz melosa y el mar encerrado en tu mirada, e hiciste que todo enfado desapareciera de mi cabeza, como si nunca hubiera existido, y al igual que me enamoré de este sitio al segundo de verlo, yo me enamoré de ti en cuanto te miré por primera vez a los ojos.

  Una lágrima caía de forma lenta y silenciosa por tu mejilla, y yo te la sequé con los nudillos de los dedos con suavidad. Te miré al fondo de tus ojos, y me armé de valor.

-Llevo tiempo pensando en cómo decirlo, el donde y el cuándo. Así que aquí estamos, en el sitio donde nos vimos por primera vez, tres años después. Y bien sabes que hace tiempo que soy consciente de cuanto te quiero, pero solo es de un tiempo a esta parte, que comprendo que quiero vivir toda una eternidad a tu lado.

  Pude sentir como tu respiración se detenía, sabiendo lo que estaba a punto de decir, mientras mi corazón latía tan deprisa, que parecía que se me iba a salir del pecho.

-Así que, Claudia West –empecé a decir hincando una rodilla en el suelo-, ¿me harás el grandísimo honor, de casarte conmigo?

  Y todo pasó como a cámara lenta, tu respiración irregular, tus ojos inundados por la sorpresa y las lágrimas, y mi corazón que había dejado de latir.

  Solo fuiste capaz de asentir con la cabeza, y yo sentí como el aire volvía a mis pulmones. Saqué el anillo de la caja, y conseguí ponértelo a pesar del temblor que tenían mis manos. Me levanté, agarré tu rostro con fuerza entre mis manos y te besé con pasión, y tú te aferraste a mi cintura para atraerme más hacia a ti.

  Te volví a mirar a esos ojos que me atraparon desde la primera vez que los vi, y pensé en lo torpe que fui para darme cuenta de cuánto los amaba; lo hice desde la primera vez que te vi, pero tardé mil miradas en darme cuando que no podría vivir sin ti.

                                                                                                                                                                  


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