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RECORDAR II
Habían pasado cuatro semanas; cuatro semanas desde la última vez que se vieron, desde que Dylan, después de semana y media, empezó a resultarle insoportable que la persona que más quería en el mundo se hubiera olvidado de él, así que dejó de ir a verla, aunque fuera todos los días al hospital solo para ver cómo estaba.
Hacía una semana que la habían dado el alta; una semana sin saber nada de ella, y eso le estaba matando.
Era lunes por la mañana y salía para ir al trabajo, cuando se paró en seco nada más salir de casa. Miró a su alrededor, pero allí no había nadie; pensó que eran imaginaciones suyas sentir que le estaban observando, que estaba rozando la locura, así que se fue a trabajar, pensando en ella, como cada día, como cada hora del día.
Le vio de espaladas, marchándose en dirección contraria a la suya, y cuando estuvo segura de que se había ido, salió de detrás del coche en el que estaba escondida.
Se quedó paralizada a la puerta de casa, con miedo de entrar, aunque eso era lo único que había querido hacer desde que salió del hospital; entrar en aquella casa y ver la vida que se le había olvidado. Sacó la llave que tenía entre sus pertenencias del hospital, y abrió la puerta con lentitud.
Entró en la casa con pasos lentos y dudosos, y miró todo lo que la rodeaba, esperando que eso la trajera de vuelta los recuerdos que se habían perdido en algún lugar de su memoria; pero no consiguió nada, salvo una decepción aplastante. Deseaba con todas sus fuerzas poder recordar a ese chico que se había pasado noches en vela, semanas enteras a los pies de su cama, esperando que despertara; había olvidado quien era, pero ver el dolor reflejado en su rostro debido a la falta de recuerdos, le destrozaba por dentro.
No conseguía pasar del salón, andando de un sitio a otro de forma indecisa, sin saber muy bien que hacer en ese momento, observando todo el lugar con la mirada perdida. Se quedó mirando las fotografías que había colgadas en la pared, y sonrió al observar que ninguna estaba guardada en un marco; algunas estaban colgadas con una pinza de una cuerda, otras en cuadros, incluso había una pintada en la pared, en la que su mirada se detuvo.
Estaban los dos mirando a la cámara, con grandes sonrisas en sus caras, mientras ella le abrazaba por detrás, con la cabeza apoyada en su hombro, y Dylan entrelazaba sus dedos con los de ella de forma suave y casual.
Se quedó mirando fijamente a esa fotografía, plasmada en la pared a tamaño gigante, justo en el medio de todas las demás, y pudo ver lo felices que eran cuando todo iba bien. Observó el resto de fotografías, y volvió a detenerse en una donde lo único que hacían era mirarse, pero tampoco hacía falta nada más. Él la miraba como si fuera lo más bonito en la faz de la tierra, y ella, solo podía mirarle de vuelta, embelesada, atrapada en esos ojos que decían todo aquello que no era necesario expresar con los labios; y lo único que pudo hacer fue sonreír como una idiota, perdida en esa foto, a pesar de no recordarla. Se fijó en otra fotografía, donde Dylan estaba detrás de ella, sonriendo con la boca abierta; ella tenía la mitad de la cara tapada con el pelo, pero al igual que Dylan, una gran sonrisa estaba dibujada en sus labios.
En todas y en cada una de las fotografías se veía lo felices que eran juntos, que se querían más de lo que ninguna palabra podía expresar, y empezó a sentir un nudo en la garganta, un nudo que cada vez era más grande y no la dejaba respirar, todo fruto de las lágrimas no derramadas por no poder acordarse de la persona que sentía que era el amor de su vida solo con ver una fotografía.
La puerta se abrió de repente, y Dylan apareció en el umbral, deteniéndose en cuanto la vio.
Ella se dio la vuelta, intentado ralentizar su errática respiración y que así desapareciera ese nudo de la garganta que la ahogaba desde lo más profundo de su alma.
-Marie. -fue todo lo que alcanzó a decir cuando se recuperó de la sorpresa de verla de pie en mitad del salón.
-Hola. -contestó ella sin saber muy bien que decir.
-¿Qué... qué haces aquí? -preguntó acercándose a ella con lentitud y algo indeciso, sin saber muy bien que hacer, decir o cómo actuar, sintiéndose más nervioso de lo que nunca se había sentido, muriéndose de ganas de estrecharla entre sus brazos y no soltarla nunca, pero no podía, y darse cuenta de eso fue como una patada en el estómago.
-Yo... yo... solo quería... recordar. -dijo nerviosa porque la hubiera encontrado en el piso. Estaba deseando verle, pero también sabía que eso solo le hacía más daño a Dylan; tenerla delante sin poder ni siquiera abrazarla.
-¿Cómo estás? -preguntó a su lado, mirándola a esos ojos que tanto amaba.
-Todo sigue igual. -dijo tristemente con un hilo de voz, incapaz de hablar más alto.
-No te preocupes, tarde o temprano los recuerdos volverán a ti.
-Eso no lo sabes. -contestó con las lágrimas al borde de sus ojos.
-Sí, sí que lo sé. -dijo mirando su rostro de perfil, admirando una vez más lo guapa que era, sintiendo que era el ser más bonito que había visto nunca, y que jamás podría ver otro igual.
-¿Cómo? ¿Cómo puedes estar tan seguro? -preguntó mirándole de vuelta, con la voz quebrada.
-Porque confío en ti -contestó encogiéndose de hombros-, y en esa mente que tienes tan privilegiadamente perfecta –dijo colocándola un mechón de pelo detrás de la oreja.
Un escalofrío la recorrió el cuerpo al sentir el suave tacto de su mano sobre su piel; y eso la bastó para que las primeras lágrimas empezaran a caer.
-No, por favor... No llores –dijo él con tristeza, atrayéndola hacia él y envolviéndola con sus brazos.
Ella empezó a llorar con más fuerza, y se aferró a su camisa; y fue entonces, cuando no podía dejar de llorar, que sintió que en aquel lugar, era donde quería estar siempre, entre sus brazos. Soltó su camisa, y le rodeó con los brazos, lo que hizo que Dylan la abrazara con más fuerza, y fue cuando desde lo más profundo de su corazón, sintió que nunca había importado lo que pasara, o con quien, sus brazos siempre la habían dado el consuelo que necesitaba.
Dylan cogió su cara entre sus manos con suavidad, y acarició sus mejillas con las yemas de los pulgares, mirándola a la inmensidad del verde de sus ojos, y sintió, que aún llenos de lágrimas, eran los ojos más bonitos que había visto en su vida.
-No llores, por favor... -susurró con tristeza, besando su frente con fuerza, y fue en ese momento, cuando sintió el roce de sus labios en su piel, que todo cambió.
5, 4, 3, 2, 1... Cinco segundos la bastaron para recordar que hacía demasiado tiempo que le llevaba bajo su piel, y en ese mismo instante, con Dylan entre sus brazos, sus labios besando su frente, y su cara entre sus manos, las lágrimas dejaron de caer.
Apartó su rostro, y miró con profundidad a esos ojos, que la miraban de vuelta, y fue en la miel de sus ojos donde encontró todo lo que buscaba; y al igual que le ocurrió a Dylan cinco semanas y media antes, los recuerdos vinieron a ella como un dique sin fin que acababa de estallar.
En su rostro apareció una diminuta sonrisa cuando en su mente apareció el baile de fin de curso, cuando intentó sacarla a bailar, pero le ignoraba, y que fue cuando la dijo que no creía en su fachada, que sabía que era un genio aunque nadie lo viera, que consiguió que bailara con él.
Recordó que durante la mayor parte de su vida, siempre le había visto como amigo, pero que para él siempre fue algo más, y que nunca tuvo miedo de decirlo al mundo.
Su mente recuperó todas aquellas veces que la había hecho sonreír con esa torpeza que hacía que muchos le calificaran de ser un desastre, pero que nunca la importó; y también recordó lo dulce que siempre había sido con ella, y que gracias a eso, incluso en los peores momentos, era capaz de hacerla sonreír.
A ese recuerdo, le siguió todas esas veces que debido a su torpeza, había tenido que corregirle, y que él, en vez de enfadarse, siempre la sonreía en respuesta.
Él seguía sosteniendo su cara entre sus manos, y lo único que podían hacer, era perderse en los ojos del otro, sintiendo que lo único que importaba, era que los ojos que miraban, fueran felices.
Fue entonces cuando recordó lo distinto que era Dylan a los otros chicos con los que había salido; porque a diferencia de ellos, él siempre estaba ahí para ella, sin importar el cómo, el cuándo, o el por qué, siempre atendía a su llamada.
Y fue con ese recuerdo cuando las lágrimas volvieron a caer de forma silenciosa; porque se dio cuenta de que ella siempre había sido su prioridad, que no importaba lo demás mientras ella estuviera a salvo, y que era capaz hasta de dar su vida por lograrlo.
Su mirada bajo por un segundo a sus labios, y recordó la primera vez que le besó, y que fue en ese momento, cuando se enamoró de él más de lo que nunca creyó posible.
Las lágrimas cayeron con más fuerza esta vez, al recordar cuando casi le pierde a centímetros de ella, y que de haber sido así, solo el cielo sabía lo que podría haber pasado.
-Eh.... No, por favor... No llores... -dijo Dylan volviéndola a abrazar con fuerza. Y por último, recordó la noche del accidente. Le abrazó con fuerza, sin poder dejar de llorar, con su mente en aquella noche.
Estaban al lado del coche, con las manos entrelazadas, mirándose con seriedad y en profundidad; y recordó esas últimas palabras que Dylan le dijo antes de que se fuera de su mente, y esas dos últimas palabras, empezaron a resonar en cada parte de su ser.
-Te quiero –dijo Marie en un suspiro.
-¿Cómo? -preguntó Dylan con los ojos abiertos como platos.
-Fue lo último que me dijiste -contestó con los ojos llenos de lágrimas.
-¿Te acuerdas? -preguntó con el asombro reflejado en el rostro, abriendo aún más los ojos si cabía.
Ella asintió con la cabeza.
-Yo también te quiero. -dijo mirándole profundamente a los ojos, y en ese momento, sintió como si nunca se hubiera ido de su mente.
A Dylan se le olvidó respirar al escuchar esas palabras, y aun así, con una mano en su cintura, y la otra enterrada en su pelo, la besó con pasión, llenando con ese beso, el vacío que sentía desde hace más de un mes.
Se miraron profundamente a los ojos, vertiendo todo el amor que sentían en aquella mirada, y ninguno de los dos se podía creer lo que veían, donde estaban, o la suerte que tenían, porque de una manera o de otra, sin importar el por qué estuvieran separados, ambos siempre encontraban el camino de vuelta al otro.
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