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 Era como el primer rayo de sol en el día. El olor a lluvia en una tormenta de verano, ese olor puro que se te mete en lo más profundo de tu ser cuando respiras con fuerza. La primera estrella que divisas en el cielo al caer la noche en un cielo despejado. El perfume de las hojas del libro nuevo que acabas de comprar, y la emoción de que, aunque no has leído una palabra, sabes que te va a encantar. Era su forma de intercambiar mis lágrimas atoradas en la garganta por sonrisas cuando me abrazaba. Su forma de mirarme y amarme imperfecta. Y era él y los defectos que formaban su sonrisa, lo que yo amaba por entero.

RECORDAR I

   Él estaba sentado a su lado, cansado y con ojeras había olvidado la última vez que durmió toda la noche seguida. Ella estaba inconsciente, oyendo sus súplicas de que volviera a casa desde las profundidades de su mente, sintiendo el ligero tacto de su mano apretando sus dedos. Deseaba despertarse y apretarle la mano como él le pedía entre susurros; lo deseaba con toda su alma, pero aún no había llegado el momento de que despertara.

-Mi amor, tienes que despertarte, no puedo hacerlo sin ti.

  Miró su rostro, y recordó que no mucho tiempo atrás, ella ni siquiera sabía su nombre y pasaba de largo por su lado como si él no existiera, por que para ella no lo hacía, y sin embargo, él hubiera matado a cualquiera que se atreviera a hacerla daño y borrar su permanente sonrisa de sus labios perfectamente perfilados. Le acarició la frente con suavidad, pensando en lo mucho que le gustaba perderse en aquellos ojos verdes que le atraparon desde la primera vez que los vio, y sonrió con tristeza al recordar que esos ojos, esa sonrisa, siempre habían dado luz a su vida; y de nuevo, sintió como su mundo se rompía en mil pedazos al pensar que tal vez su luz se había marchado para siempre; y solo con eso, solo con que esa mera idea le pasase por la mente, se volvía loco, y estaba seguro de que perdería la cabeza si la perdía a ella. A su mente volvió el recuerdo de verla tirada en el suelo, inconsciente y llena de sangre, y que justo en ese momento, hubiera dado hasta su vida por salvarla, por que ella era eso, su luz, su vida.

  Cerró los ojos con fuerza, incapaz de soportar que esas imágenes siguieran en su cabeza un segundo más. Fue cuando abrió los ojos, que todos los momentos vividos con ella, aparecieron de golpe en su mente, como un dique que acababa de estallar y parecía no tener fin.

  Fue en tercero de colegio cuando se enamoró de ella, cuando vio por primera vez esos ojos, y supo que sería feliz solo con verlos cada día.

  Sonrió como un idiota cuando su mente viajó al baile de fin de curso, e intentó sacarla a bailar siendo caballeroso con ella, pero le ignoró, y fue cuando la dijo que no creía en su fachada y que sabía como era realmente cuando le hizo caso y bailó con él.

  Recordó la primera vez que la vio patinar sobre hielo, con su pelo rubio de fresa volando a su alrededor, brillando en mitad de la pista, y pensó que no podía ser humana, que solo podía ser un ángel, su ángel. Recordó la primera vez que la vio llorar, y como sintió su corazón romperse en mil pedazos con cada lágrima que veía caer de sus preciosos ojos, y que aún así, por mucho que se sintiera morir, seguía viéndola guapa, por que así era Marie, eternamente guapa.

  Sonrió al recordar todas y cada una de las veces que ella tenía que corregirle, y cuanto amaba que lo hiciera, su genio particular; y sin borrar la sonrisa, volvió a sorprenderse de que a pesar de los años, consiguiera seguir sorprendiéndole con esa inteligencia que no todo el mundo era capaz de ver, con esa belleza que irradiaba por cada poro de su piel.

  Su sonrisa se ensanchó cuando pensó en lo torpe que había sido la mayor parte de su vida, tan torpe que algunos hasta le consideraban un desastre, pero que a ella nunca le importó, esa parte de él siempre conseguía hacerla sonreír.

  Sus labios convirtieron esa sonrisa en una fina línea, al recordar esa forma tan suya que tenía de mirarle, como si entendiera todas las locuras que salían de su boca, como si las creyera, por que eso es lo primero que hizo, creer en él, y nunca había dejado de hacerlo.

  Recordó su mirada de orgullo a metros de distancia, cuando en uno de los momentos más importantes de su vida, ella estaba presente; y recordó que no podía oír a todas las voces que había a su alrededor gritando que lo hiciera, solo ella consiguió que lo lograra.

  Se acarició los labios casi por instinto, y su respiración volvió a paralizarse como aquella vez con el recuerdo de su primer beso, con la imagen de ella cogiendo su cara entre sus manos, y besándole por sorpresa y con fuerza. Y recordó, que desde el primer instante en que la vio, había querido que fuese suya, pero desde ese momento, y para siempre, él fue de ella.

  Y por último, recordó con demasiada tristeza el peor momento de su vida, cuando todo estuvo a punto de torcerse más allá de lo nunca imaginable, cuando casi pierde hasta su vida, y que aún así, ella nunca soltó su mano, y estuvo sujetándole para que no se cayera.

  Se quedó mirando su rostro, observando todas esas imperfecciones que él consideraba perfectas, que la hacían perfecta, y de nuevo pensó, que lo conocía todo de ella, siendo ella lo único que conocía; que era incapaz de recordar todo lo anterior a la primera vez que la vio, por que todo lo que hubiera ocurrido antes carecía de sentido. Siempre había sido ella, desde el principio del tiempo.

  Fue entonces cuando lo sintió, sus dedos apretando los suyos con suavidad. Miró su mano, sorprendido, y con el corazón a mil por hora, y vio que no eran imaginaciones suyas, Marie se estaba despertando, y cuando volvió a mirar sus ojos, vio como los movía con debilidad, intentando recuperar la consciencia.

-Marie, estoy aquí, mi amor. Vuelve conmigo, por favor, vuelve conmigo. -dijo apretándola más fuerte la mano, enterrando los dedos en su pelo, deseando ver esos ojos verdes de nuevo.

  Marie abrió los ojos, de forma lenta y pesada, y observó toda la habitación con la mirada perdida, hasta que sus ojos se posaron en los ansiosos ojos de Dylan.

-Hola. -dijo Marie en un susurro apenas inaudible.

-Oh Dios, mi amor... -susurró Dylan con un nudo en la garganta, y besando su frente con fuerza.

-¿Dónde estoy? -preguntó con la voz ahogada.

-En el hospital. ¿Te acuerdas de lo que pasó? -preguntó sin soltar su mano.

-Un accidente. -contestó asintiendo con la cabeza, fijándose en la mano de Dylan entrelazada con la suya, y las miró con el ceño ligeramente fruncido, extrañada.

-¿Qué es lo que ocurre? -preguntó al ver la expresión en su cara.

-¿Por qué me das la mano? -preguntó aún más extrañada.

  Dylan empezó a sentir pánico en su interior ante lo que podía implicar aquella pregunta

-Marie...

-¿Quién eres tú? -preguntó asustada, soltando su mano.

  Dylan sintió que el tiempo se detenía, todo a su alrededor se había detenido, incluso su respiración, y sintió como si alguien hubiera tirado de la alfombra bajo sus pies, y todo se viniera a bajo, arrastrándole a él también a un lugar donde nada importaba, ni siquiera él; a fin de cuentas, lo verdaderamente importante, se había olvidado de él.


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