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 Era como el primer rayo de sol en el día. El olor a lluvia en una tormenta de verano, ese olor puro que se te mete en lo más profundo de tu ser cuando respiras con fuerza. La primera estrella que divisas en el cielo al caer la noche en un cielo despejado. El perfume de las hojas del libro nuevo que acabas de comprar, y la emoción de que, aunque no has leído una palabra, sabes que te va a encantar. Era su forma de intercambiar mis lágrimas atoradas en la garganta por sonrisas cuando me abrazaba. Su forma de mirarme y amarme imperfecta. Y era él y los defectos que formaban su sonrisa, lo que yo amaba por entero.

Eternamente

  Él fue el primero en despertar aquella mañana de enero, con el frío sol entrando por la ventana. La vio tumbada a su lado, profundamente dormida, y no pudo evitar sonreír. 

  Tenía el pelo cubriéndola la cara, y se lo apartó con suavidad temeroso de despertarla. Le encantaba ver como dormía, era su segundo pasatiempo favorito; el primero, era, por supuesto, pasar las horas con ella; hablando, abrazados, manteniéndose despiertos mutuamente hasta tarde. Cualquier cosa le era suficiente para detener el tiempo entre ambos, a la vez que todo le parecía poco cuando se trababa de ella. Estaba deseando que despertara, pero por otra parte, ya estaba perdido en el subir y bajar de su pecho, sabía que podría pasarse horas viéndola dormir; en realidad, así fue su primera noche. Ella se quedó dormida, después de esas horas en las que se perdieron el uno en el otro, y él quedó completamente hipnotizado por esa tranquilidad que le transmitía su rostro profundamente relajado y dormido, y el tiempo se detuvo, y duró casi toda la noche, hasta que el afán por verla dormir, perdió la lucha contra el sueño, y sus ojos se cerraron, transportándole a esa realidad que un día fue simplemente el sueño de dormir a su lado. 

  En algún momento ella abrió los ojos, y vio como él la miraba completamente embelesado, y dibujó un eco de esa sonrisa que llevaba horas mirándola. 

-Hola. -susurró ella, mirándole fijamente a los ojos. 

-Hola. -contestó sin borrar la sonrisa. 

-¿Cuánto tiempo llevas mirando así?  

-No lo sé, pierdo la noción del tiempo cuando estoy a tu lado.  

  Ella negó dulcemente con la cabeza, sin borrar la sonrisa, recordando aquellos tiempos en los que negaba todo el amor que sentía por aquel chico, que llegó a ser la mitad de su vida. Él se acercó lentamente, besando sus labios con suavidad, pero ella se perdió en cuanto sus labios rozaron los suyos, y sujetó su cara con fuerza, enredando los dedos en su pelo, y apretando sus labios contra ella, le besó con ansia, porque siempre deseaba más de lo que tenía cuando se trataba de él. Y a él le bastaron milésimas de segundo para perderse en ese beso. Aferrarse con fuerza el uno al otro fue suficiente para que sus corazones latieran con fuerza, sus respiraciones se aceleraran, y se olvidaran por completo, de que fuera de esa habitación, estaba el mundo real y el tiempo seguía contando. Pero para ellos, justo en el momento en que sus labios se rozaban, el resto del mundo desaparecía, y solo quedaban ellos, luchando por ver quien deseaba más al otro, y la batalla quedaba siempre en un eterno empate. Dejó de besarla y apoyó su frente en la suya, y la miró a esos ojos que le miraban de vuelta, ambos perdidos en el alma del otro, ese alma que solo ellos podían ver. Besó su frente con firmeza, enterrando la nariz en su pelo, e inhaló su aroma con fuerza, como si ella fuera el aire que respiraba. Y ella, cerró los ojos al sentir ese beso, sin apartar las manos de su rostro, de su pelo, cerrando con fuerza los puños, como si se le fuera a escapar; y fue justo en ese momento, cuando se dio cuenta de cuanto amaba a ese chico, de que el amor que solo ellos entendían, carecía totalmente de normalidad; se amaban por encima de todo, y estar uno al lado del otro, era una necesidad que les quitaba el aire, cómo una droga que les daba la vida.  

  La miró profundamente a los ojos, como sólo él sabía, perdido en el fondo de sus ojos. 

—Te quiero. Eternamente. —contestó ella en un suspiro, sintiendo esa palabra en cada parte de su ser, sabiendo a ciencia cierta, que amaría a ese chico, eternamente. 

 


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